El Cuarto Poder

Nonfiction, Religion & Spirituality, New Age, History, Fiction & Literature
Cover of the book El Cuarto Poder by Armando Palacio Valdés, Library of Alexandria
View on Amazon View on AbeBooks View on Kobo View on B.Depository View on eBay View on Walmart
Author: Armando Palacio Valdés ISBN: 9781465563439
Publisher: Library of Alexandria Publication: July 29, 2009
Imprint: Library of Alexandria Language: Spanish
Author: Armando Palacio Valdés
ISBN: 9781465563439
Publisher: Library of Alexandria
Publication: July 29, 2009
Imprint: Library of Alexandria
Language: Spanish
se levanta el telón, por esta vez sin metáfora En Sarrió, villa famosa, bañada por el mar Cantábrico, existía hace algunos años un teatro no limpio, no claro, no cómodo, pero que servía cumplidamente para solazar en las largas noches de invierno a sus pacíficos e industriosos moradores. Estaba construído, como casi todos, en forma de herradura. Constaba de dos pisos a más del bajo. En el primero los palcos, así llamados Dios sabe por qué, pues no eran otra cosa que unos bancos rellenos de pelote y forrados de franela encarnada colocados en torno del antepecho. Para sentarse en ellos era forzoso empujar el respaldo, que tenía bisagras de trecho en trecho, y levantar al propio tiempo el asiento. Una vez dentro se dejaba caer otra vez el asiento, se volvía el respaldo a su sitio y se acomodaba la persona del peor modo que puede estar criatura humana fuera del potro de tormento. En el segundo piso bullía, gritaba, coceaba y relinchaba toda la chusma del pueblo sin diferencia de clases, lo mismo el marinero de altura que el que pescaba muergos en la bahía o el peón de descarga; la señá Amalia la revendedora igual que las que acarreaban «el fresco» a la capital. Llamábase a aquel recinto «la cazuela». Las butacas eran del mismo aborrecible pelote que los palcos y el forro debió ser también del mismo color, aunque no podía saberse con certeza. Detrás de ellas había, a la antigua usanza, un patio para ciertos menestrales que, por su edad, su categoría de maestros u otra circunstancia cualquiera, repugnaban subir a la cazuela y juntarse a la turba alborotadora. Del techo pendía una araña, cuajada de pedacitos de vidrio en forma prismática, con luces de aceite. Más adelante se substituyó éste con petróleo, pero yo no alcancé a ver tal reforma. Debajo de la escalera que conducía a los palcos había un nicho cerrado con persiana que llamaban «el palco de don Mateo». De este don Mateo ya hablaremos más adelante. Pues ha de saberse que en tal lacería de teatro se representaban los mismos dramas y comedias que en el del Príncipe y se cantaban las óperas que en la Scala de Milán. ¿Parece mentira, eh? Pues nada más cierto. Allí ha oído por vez primera el narrador de esta historia aquellas famosas coplas: Si oyes contar de un náufrago la historia, Ya que en la tierra hasta el amor se olvida... Por cierto que le parecían excelentes, y el teatro una maravilla de lujo y de buen gusto. Todo en el mundo depende de la imaginación. Ojalá la tuviese tan viva y tan fresca como entonces para entretenerles a ustedes agradablemente algunas horas. También ha visto el Don Juan Tenorio. Y sus difuntos untados de harina de trigo, su comendador filtrándose por una puerta atada con cuerdas, su infierno de espíritu de vino y su apoteosis de papel de forro de baúles, le impresionaron de tal modo que aquella noche no pudo dormir
View on Amazon View on AbeBooks View on Kobo View on B.Depository View on eBay View on Walmart
se levanta el telón, por esta vez sin metáfora En Sarrió, villa famosa, bañada por el mar Cantábrico, existía hace algunos años un teatro no limpio, no claro, no cómodo, pero que servía cumplidamente para solazar en las largas noches de invierno a sus pacíficos e industriosos moradores. Estaba construído, como casi todos, en forma de herradura. Constaba de dos pisos a más del bajo. En el primero los palcos, así llamados Dios sabe por qué, pues no eran otra cosa que unos bancos rellenos de pelote y forrados de franela encarnada colocados en torno del antepecho. Para sentarse en ellos era forzoso empujar el respaldo, que tenía bisagras de trecho en trecho, y levantar al propio tiempo el asiento. Una vez dentro se dejaba caer otra vez el asiento, se volvía el respaldo a su sitio y se acomodaba la persona del peor modo que puede estar criatura humana fuera del potro de tormento. En el segundo piso bullía, gritaba, coceaba y relinchaba toda la chusma del pueblo sin diferencia de clases, lo mismo el marinero de altura que el que pescaba muergos en la bahía o el peón de descarga; la señá Amalia la revendedora igual que las que acarreaban «el fresco» a la capital. Llamábase a aquel recinto «la cazuela». Las butacas eran del mismo aborrecible pelote que los palcos y el forro debió ser también del mismo color, aunque no podía saberse con certeza. Detrás de ellas había, a la antigua usanza, un patio para ciertos menestrales que, por su edad, su categoría de maestros u otra circunstancia cualquiera, repugnaban subir a la cazuela y juntarse a la turba alborotadora. Del techo pendía una araña, cuajada de pedacitos de vidrio en forma prismática, con luces de aceite. Más adelante se substituyó éste con petróleo, pero yo no alcancé a ver tal reforma. Debajo de la escalera que conducía a los palcos había un nicho cerrado con persiana que llamaban «el palco de don Mateo». De este don Mateo ya hablaremos más adelante. Pues ha de saberse que en tal lacería de teatro se representaban los mismos dramas y comedias que en el del Príncipe y se cantaban las óperas que en la Scala de Milán. ¿Parece mentira, eh? Pues nada más cierto. Allí ha oído por vez primera el narrador de esta historia aquellas famosas coplas: Si oyes contar de un náufrago la historia, Ya que en la tierra hasta el amor se olvida... Por cierto que le parecían excelentes, y el teatro una maravilla de lujo y de buen gusto. Todo en el mundo depende de la imaginación. Ojalá la tuviese tan viva y tan fresca como entonces para entretenerles a ustedes agradablemente algunas horas. También ha visto el Don Juan Tenorio. Y sus difuntos untados de harina de trigo, su comendador filtrándose por una puerta atada con cuerdas, su infierno de espíritu de vino y su apoteosis de papel de forro de baúles, le impresionaron de tal modo que aquella noche no pudo dormir

More books from Library of Alexandria

Cover of the book The Complete Home by Armando Palacio Valdés
Cover of the book Early Australian Voyages: Pelsart, Tasman, Dampier by Armando Palacio Valdés
Cover of the book Tom Clark and His Wife: Their Double Dreams, And the Curious Things that Befell Them Therein; Being the Rosicrucian's Story by Armando Palacio Valdés
Cover of the book Drums and Shadows: Survival Studies Among The Georgia Coastal Negroes by Armando Palacio Valdés
Cover of the book Thomas Paine, the Apostle of Liberty: An Address Delivered in Chicago, January 29, 1916; Including the Testimony of Five Hundred Witnesses by Armando Palacio Valdés
Cover of the book The Behavior of the Honey Bee in Pollen Collection by Armando Palacio Valdés
Cover of the book The Science of the Stars by Armando Palacio Valdés
Cover of the book The Great House by Armando Palacio Valdés
Cover of the book Confessions of an English Maid; Or, Jessie: The Confessions of a Fellatrix by Armando Palacio Valdés
Cover of the book The Complete Works of Charles Dudley Warner by Armando Palacio Valdés
Cover of the book Expositions of Holy Scripture: St. Luke by Armando Palacio Valdés
Cover of the book History of the Girondists: Personal Memoirs of the Patriots of the French Revolution by Armando Palacio Valdés
Cover of the book The First Seven Divisions: Being a Detailed Account of The Fighting from Mons to Ypres by Armando Palacio Valdés
Cover of the book Biographical Study of A. W. Kinglake by Armando Palacio Valdés
Cover of the book Callias: A Tale of the Fall of Athens by Armando Palacio Valdés
We use our own "cookies" and third party cookies to improve services and to see statistical information. By using this website, you agree to our Privacy Policy