Forcitan et majora audens producere tellus Corumque, Enceladumque feret, magnumque Tiphoea, Ausuros patrio superos detrudere cœlo, Convulsumque Ossam nemoroso imponere Olympo. Fracastorii: De Morbo Gallico. La vida intelectual me parece que en Francia, más que en nación alguna, está reconcentrada en su capital, París. En Alemania hay muchos centros, como Berlín, Leipzig y Stuttgard, que persisten, a pesar de la unidad política creada por el Imperio. En los Estados Unidos, con no menor actividad, se escriben y se publican libros en Nueva York, en Boston, en Filadelfia o en Chicago. Y en nuestra España, aunque proporcionalmente se escribe menos y se lee mucho menos, la producción literaria no está encerrada en Madrid, sino que se muestra en varias ciudades de provincia, especialmente en Sevilla, Bilbao y Barcelona. Mucho me felicitaría yo de todo esto, aplaudiéndolo, si la manía del regionalismo no lo echase un poquito a perder; pero hoy quiero prescindir del regionalismo y no decir de él una palabra. Diré, sí, que Barcelona compite con Madrid, y aun se adelanta y supera a Madrid en muchos puntos. Y también diré que los madrileños y los que en Madrid habitualmente vivimos, no ignoramos ni desdeñamos, como tal vez hace treinta o cuarenta años, lo que en Barcelona se escribe y se publica, aunque sea en catalán o en francés y no en el idioma castellano, que prevalece desde hace cuatro siglos como idioma nacional, español por excelencia, que se extiende desde California al estrecho de Magallanes, y que se habla y se escribe, no sólo en esta Península y en las islas que son aún sus posesiones, sino también en dieciséis o diecisiete Repúblicas o Estados independientes. Cuando crezcan en todos ellos la población, la prosperidad y la cultura, bien podrá lisonjearse cualquier literato o sabio de mérito, si escribe en castellano, de que contará, naturalmente, con un público de los más numerosos y extendidos que hay sobre la superficie de la tierra. Entonces, como ahora, todo cuanto se produzca escrito en castellano, vendrá a enriquecer el tesoro literario español, y, si vale algo, será recibido, no con celosa envidia, sino con satisfacción y con júbilo por todo el que se precie de español y sienta en el alma el amor de la patria grande, o sea de la casta. Lo que es yo, y no me tengo por excepcional ni por raro, lo mismo celebraré la aparición de un buen libro, en verso o en prosa, en Caracas, en Bogotá o en Quito, que en Málaga o en Zaragoza. Niego, pues, ese desdén, esa rivalidad que entreveo que se nos supone, a los que escribimos en Madrid, contra los que escriben en español en otras ciudades, y singularmente en las de Cataluña. ¡Ojalá escribiesen allí cosas tan buenas que, sin excitar nuestra envidia, despertasen en nosotros emulación noble y nos moviesen a escribir con mayor tino, primor e ingenio que en el día
Forcitan et majora audens producere tellus Corumque, Enceladumque feret, magnumque Tiphoea, Ausuros patrio superos detrudere cœlo, Convulsumque Ossam nemoroso imponere Olympo. Fracastorii: De Morbo Gallico. La vida intelectual me parece que en Francia, más que en nación alguna, está reconcentrada en su capital, París. En Alemania hay muchos centros, como Berlín, Leipzig y Stuttgard, que persisten, a pesar de la unidad política creada por el Imperio. En los Estados Unidos, con no menor actividad, se escriben y se publican libros en Nueva York, en Boston, en Filadelfia o en Chicago. Y en nuestra España, aunque proporcionalmente se escribe menos y se lee mucho menos, la producción literaria no está encerrada en Madrid, sino que se muestra en varias ciudades de provincia, especialmente en Sevilla, Bilbao y Barcelona. Mucho me felicitaría yo de todo esto, aplaudiéndolo, si la manía del regionalismo no lo echase un poquito a perder; pero hoy quiero prescindir del regionalismo y no decir de él una palabra. Diré, sí, que Barcelona compite con Madrid, y aun se adelanta y supera a Madrid en muchos puntos. Y también diré que los madrileños y los que en Madrid habitualmente vivimos, no ignoramos ni desdeñamos, como tal vez hace treinta o cuarenta años, lo que en Barcelona se escribe y se publica, aunque sea en catalán o en francés y no en el idioma castellano, que prevalece desde hace cuatro siglos como idioma nacional, español por excelencia, que se extiende desde California al estrecho de Magallanes, y que se habla y se escribe, no sólo en esta Península y en las islas que son aún sus posesiones, sino también en dieciséis o diecisiete Repúblicas o Estados independientes. Cuando crezcan en todos ellos la población, la prosperidad y la cultura, bien podrá lisonjearse cualquier literato o sabio de mérito, si escribe en castellano, de que contará, naturalmente, con un público de los más numerosos y extendidos que hay sobre la superficie de la tierra. Entonces, como ahora, todo cuanto se produzca escrito en castellano, vendrá a enriquecer el tesoro literario español, y, si vale algo, será recibido, no con celosa envidia, sino con satisfacción y con júbilo por todo el que se precie de español y sienta en el alma el amor de la patria grande, o sea de la casta. Lo que es yo, y no me tengo por excepcional ni por raro, lo mismo celebraré la aparición de un buen libro, en verso o en prosa, en Caracas, en Bogotá o en Quito, que en Málaga o en Zaragoza. Niego, pues, ese desdén, esa rivalidad que entreveo que se nos supone, a los que escribimos en Madrid, contra los que escriben en español en otras ciudades, y singularmente en las de Cataluña. ¡Ojalá escribiesen allí cosas tan buenas que, sin excitar nuestra envidia, despertasen en nosotros emulación noble y nos moviesen a escribir con mayor tino, primor e ingenio que en el día