Los Surcos en la Tierra

Fiction & Literature, Drama, Eastern, Nonfiction, Entertainment
Cover of the book Los Surcos en la Tierra by Miguel Angel, Miguel Angel
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Author: Miguel Angel ISBN: 9781301790623
Publisher: Miguel Angel Publication: October 16, 2013
Imprint: Smashwords Edition Language: Spanish
Author: Miguel Angel
ISBN: 9781301790623
Publisher: Miguel Angel
Publication: October 16, 2013
Imprint: Smashwords Edition
Language: Spanish

... Tú, el soñador aspirante a escritor, tuviste que aprender a matar. No se te daba muy bien porque, al poco tiempo, los Muyahidines te apresaron. Tras ejecutar a tus compañeros, por algún motivo, tampoco supieron qué hacer contigo. Decidieron que convivieras con ellos, que te asentaras y formaras una familia. Pasaron los años y las guerras, los Muyahidines, los Talibanes y los Norteamericanos y tú, siempre tan dócil y obediente, acabaste convertido en un ser monstruoso. Antes de morir, sin embargo, quieres cerrar, de una vez por todas, esa herida que lleva supurando desde tu infancia: Nadia.

“Se sucedieron los días, las noches, el sol, la luna, el viento helado y el asco. Avanzábamos trabajosamente, progresando con lentitud sobre la nieve, surcando la inmensa llanura de aquella estepa desierta en la más absoluta soledad, atravesando campos yermos, incendiando aldeas en penuria y sembrando la infamia a nuestro paso. Estábamos todo el día mamados.
Aún la recuerdo, jamás la olvidaré. La descubrí junto a la cocina, una tarde de ventisca, asustada y temblorosa, apenas una sombra inmóvil en la penumbra. Me había parecido dulce pero infranqueable ante el ímpetu de nuestra depravada embriaguez, el último bastión a conquistar en aquel hogar recién devastado, la oculta recompensa a toda nuestra inmundicia. La cogieron en volandas, como a un chiquillo al que se le va a dar unos azotes. A pesar de la cogorza que llevaba encima grité. Nadie me oyó. Los seguí tras las risotadas y los enseres que estampaban contra las paredes a su paso, hasta que dieron un portazo, y me quedé solo en la cocina destartalada, con la cabeza apoyada en el quicio suplicando que no lo hicieran. Tras la puerta estalló un chillido agudo, metálico, que irrumpió como un ser sobrenatural al que se le acabara de invocar; el grito que recorre la eternidad, las lágrimas contenidas a la luz de la lumbre en el denso y sucio silencio de los recuerdos rotos. “

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... Tú, el soñador aspirante a escritor, tuviste que aprender a matar. No se te daba muy bien porque, al poco tiempo, los Muyahidines te apresaron. Tras ejecutar a tus compañeros, por algún motivo, tampoco supieron qué hacer contigo. Decidieron que convivieras con ellos, que te asentaras y formaras una familia. Pasaron los años y las guerras, los Muyahidines, los Talibanes y los Norteamericanos y tú, siempre tan dócil y obediente, acabaste convertido en un ser monstruoso. Antes de morir, sin embargo, quieres cerrar, de una vez por todas, esa herida que lleva supurando desde tu infancia: Nadia.

“Se sucedieron los días, las noches, el sol, la luna, el viento helado y el asco. Avanzábamos trabajosamente, progresando con lentitud sobre la nieve, surcando la inmensa llanura de aquella estepa desierta en la más absoluta soledad, atravesando campos yermos, incendiando aldeas en penuria y sembrando la infamia a nuestro paso. Estábamos todo el día mamados.
Aún la recuerdo, jamás la olvidaré. La descubrí junto a la cocina, una tarde de ventisca, asustada y temblorosa, apenas una sombra inmóvil en la penumbra. Me había parecido dulce pero infranqueable ante el ímpetu de nuestra depravada embriaguez, el último bastión a conquistar en aquel hogar recién devastado, la oculta recompensa a toda nuestra inmundicia. La cogieron en volandas, como a un chiquillo al que se le va a dar unos azotes. A pesar de la cogorza que llevaba encima grité. Nadie me oyó. Los seguí tras las risotadas y los enseres que estampaban contra las paredes a su paso, hasta que dieron un portazo, y me quedé solo en la cocina destartalada, con la cabeza apoyada en el quicio suplicando que no lo hicieran. Tras la puerta estalló un chillido agudo, metálico, que irrumpió como un ser sobrenatural al que se le acabara de invocar; el grito que recorre la eternidad, las lágrimas contenidas a la luz de la lumbre en el denso y sucio silencio de los recuerdos rotos. “

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